lunes, 27 de enero de 2020

Kobe

"Nunca me gustó Kobe Bryant. Nunca me gustó Kobe y nunca me gustaron los que jugaban llevando su camiseta. Porque ya fuera con el 8 o el 24, ya fuera con la púrpura o la dorada o la blanca de los domingos en Los Angeles, intentaban jugar como él. Querían ser Kobe. Y la forma más fácil de imitarlo era posteando a seis metros y levantándose con un turnaround fade away jumpshot (o "tiro a lo Kobe" en castellano). Y fallaban. Porque ese es un tiro hecho para fallarlo. Los fallaba Kobe y los fallaban los que sobre una pista desgastada, usando tenis con los cordones de distintos colores, llevaban orgullosos la camiseta de Kobe. Y como Kobe, volvían a intentarlo una y otra y otra y otra y otra y otra vez..."


Este es el inicio de un texto que lleva en los borradores de este blog casi cuatro años, desde abril del 2016, días después de haber presenciado en directo el último partido de Kobe Bryant. 

Esa noche los Warriors se jugaban conseguir el mejor récord de victorias de la historia de la NBA en un partido contra mi equipo favorito de entonces, los Memphis Grizzlies, y aún así elegí ver el último partido de la carrera de Kobe, pese a que nunca me gustó su forma de jugar. Pero esa noche disfruté de Kobe siendo Kobe, mermado físicamente por las lesiones y la edad, cerrando con una actuación histórica una temporada en la que se había arrastrado por las pistas recibiendo ovaciones cerradas de aficiones que lo habían odiado durante veinte años. 


Esa última noche ya iba a ser histórica de por sí, porque la retirada de una leyenda del deporte siempre es un acontecimiento especial, sobre todo cuando se produce a voluntad. Pero como Kobe era Kobe, no le valía simplemente con pisar el parqué del Staples una última vez, recibir una última ovación y pasar de "es" a "fue" sin más. No. Kobe quería que, en el futuro, cuando la gente hablara de él, cuando repasaran su carrera y llegaran a los años del ocaso, al inevitable final, dijeran: ¿y no metió una animalada de puntos en su último partido? Algo me suena. Sí. Que durante la temporada no llegó ni a los dieciocho puntos por partido y va y en el último coge y se casca cuarenta o algo así, en plan película de Hollywood con final superprevisible, ¿sabes? 


Sesenta. En su último partido Kobe metió sesenta puntos. 


Pero no era de esa noche de lo que quería hablar casi cuatro años atrás, días después de su retirada. No era ese el momento que quería compartir con vosotros de lo que para mí era el Kobe Bryant jugador, ese que nunca me gustó y al que sólo apoyé durante los años de Pau Gasol en los Lakers, y siempre con reticencias. 


En la temporada 2012/2013, Steve Nash y Dwight Howard se unieron a los Lakers de Kobe y Pau. Pocas veces tantas estrellas se habían reunido en un mismo equipo. Pocos equipos decepcionaron tanto como aquellos Lakers, que llegaron a las dos últimas semanas de competición luchando por alcanzar la última plaza de acceso a los playoffs. 


En los siete partidos comprendidos entre el 30 de marzo y el 12 de abril del 2013, Kobe Bryant descansó un total de catorce minutos. Doce de esos minutos de descanso se repartieron entre dos partidos, lo que quiere decir que en los otros cinco descansó un total de dos minutos: veintitrés segundos un día, cincuenta y cuatro otro, cuarenta segundos un tercero. Quienes estéis llevando la cuenta os habréis fijado en que faltan dos partidos para completar los siete. Bien, aquí están:


La noche del 10 de abril Kobe Bryant disputó los cuarenta y ocho minutos de su enfrentamiento contra los Blazers en Portland. Los Lakers ganaron, como habían ganado cuatro de los cinco partidos anteriores, gracias en gran medida a los cuarenta y siete puntos de Kobe. 


Dos días después los Lakers jugaban en Los Ángeles contra los Warriors del todavía estrella en potencia Steph Curry, rivales directos para meterse en los playoffs. Kobe Bryant, a sus treinta y cuatro años, jugó de forma ininterrumpida los primeros cuarenta y cinco minutos de un encuentro tremendamente igualado. Todo hacía indicar que por segundo partido consecutivo iba a tener que jugar los cuarenta y ocho minutos reglamentarios si quería lograr la victoria. Y lo quería. 


A falta de tres minutos los árbitros pitaron una falta sobre Kobe Bryant pensando que Harrison Barnes, alero de los Warriors, le había puesto una zancadilla, cuando en realidad Kobe se había caído solo. Tras un tiempo muerto en el que los médicos inspeccionaron la pierna del jugador de los Lakers, Kobe se acercó cojeando a la línea de tiros libres, los labios apretados intentando contener el dolor, y anotó los dos tiros para poner el marcador 109-109 antes de retirarse a los vestuarios, ayudado por los médicos del equipo. Porque con el tendón de aquiles roto lo tenía difícil para caminar por sí solo. 


Hace cuatro años, tras su retirada, a modo de homenaje, quise compartir con vosotros ese momento, esas dos semanas en las que Kobe Bryant decidió que los Lakers se iban a meter en los playoffs costara lo que costara. No recuerdo si alguna vez él lo expresó así, si en sus declaraciones a la prensa de la época manifestó que esa era su voluntad, que iba a dejarse el cuerpo en la cancha si con eso lograba su objetivo. No hacía falta. 


Esos quince días Kobe Bryant fue una fuerza de la naturaleza, y no por desplegar un juego exquisito. Atrás habían quedado ya sus mejores años anotadores. Muchos otros jugadores han tenido rachas en los que han sido mucho más dominadores de lo que Kobe lo fue en esos últimos siete partidos que jugó esa temporada, la última en la que de verdad rindió al nivel propio de una estrella como él. 


Pero nunca en mi vida vi a un deportista querer con tantas ganas ganar. Su deseo era algo palpable. Emanaba en el sudor de su frente, en su rostro exhausto, en la postura que adoptaba en cada pequeña pausa del juego, inclinado hacia delante, las manos cerradas en torno a sus pantalones, sobre las rodillas, apoyándose en sí mismo, permitiéndose ese pequeño respiro y ninguno más. Un descanso insuficiente, incompatible con la salud, pero necesario para completar su objetivo. 


Nunca me gustó Kobe Bryant, hasta que entendí que lo que yo identificaba como egoísmo no era más que una voluntad de ganar imposible de comprender para nosotros, la gente común, para quienes un aquiles roto supondría un viaje directo al hospital, sin parada previa en la línea de tiros libres. 


Un par de meses atrás, por curiosidad, abrí este mismo borrador. Estuve tentado a terminarlo y a publicarlo con años de retraso, sin ningún motivo en especial. Me habría gustado que siguiera siendo así, que leyerais esto y pensaras "a buenas horas". Por eso, aunque los "fue" que aparecen en el texto hayan tomado un significado distinto, he decidido acabar lo que empecé sin más y compartir este pequeño homenaje al Kobe Bryant jugador. 

Y puede que no sea lo que esperabais leer un día como hoy, pero es lo que yo os ofrezco: una historia que llevaba casi cuatro años en unos borradores y por tanto no era nada. Porque las historias cobran significado sólo cuando son compartidas, sean mejores o peores, resulten más acertadas o menos. Sólo hace falta un poco de valor para lanzarlas al mundo. 

Por Kobe Bryant, líder de la NBA en tiros fallados. 









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