viernes, 1 de noviembre de 2019

Lo dejo

Hace año y medio decidí escribir un making off de uno de mis relatos. Era algo que llevaba un tiempo queriendo hacer. Siempre me ha fascinado el proceso creativo, sea cual sea la disciplina, y me parecía interesante explicar en qué consistía el mío. Elegí para ello lo último que había escrito, "Aleph Dynamics", porque era un relato en el que había trabajado mucho y quería que quedara claro lo que había intentado conseguir con él. Podéis leer ese making off aquí, más interesante que el propio relato en sí, en mi humildísima opinión.

Pues bien, hoy voy a volver a hablar sobre escribir. Voy a analizar dos relatos: "Siete años", el que presenté al último concurso de Zenda, y "Rufo el pasmado", el relato ganador de ese mismo concurso. Pero antes de que me ponga manos a la obra, una pequeña pausa publicitaria. 


¡Hola! ¿Tienes una empresa y necesitas un blog donde anunciarte para alcanzar a decenas de personas de golpe? ¿No? ¿Has...? No sé, ¿has encontrado diez euros en el bolsillo de unos vaqueros que hace dos años que no te ponías porque habías cogido algo de peso pero ahora que te has vuelto a anotar al gimnasio has querido comprobar si ya te valían y has comprobado que todavía no, que habías engordado más de lo que pensabas y que diez minutos de elíptica cada tres días no están arrojando los resultados que esperabas, pero de todos modos ya que tenías los vaqueros en tus manos decidiste comprobar los bolsillos, no fuera a ser que te hubieras dejado diez euros ahí, los diez euros del principio de esta pregunta, ¿recuerdas?, y lo recuerdas, sí, pero ahora te has vuelto a distraer al pensar en cómo es posible que haya una pregunta dentro de una pregunta, pero ese no es el tema, el tema son los diez euros con los que no contabas y que no sabes qué hacer con ellos y al final es peor el dilema de no saber qué hacer con ese dinero que la alegría por encontrarlo y quieres dármelo a mí para recuperar la paz interior y poder dedicarte a la elpítica full time? ¿¡Tampoco!? Pues mira, yo ya no sé qué decir, os dejo con la programación habitual...



UNA PEQUEÑA INTRODUCCIÓN A LOS CONCURSOS DE RELATOS DE ZENDA


Antes de nada, leed el relato "Rufo el pasmado", de Eduardo Hernández Rosa. ¿Está? ¿Qué os ha parecido? Da igual, lo que importa es lo que me haya parecido a mí, porque esto no es una conversación.


Para participar en los concursos que organiza Zenda hay que publicar un link del relato en su foro. Después de publicar el mío pinché en los tres o cuatro primeros participantes por curiosidad, para ver a lo que me enfrentaba. Y en cuanto leí "Rufo el pasmado" pensé: oh, no, este relato va a ganar. Lo juro. Por aquel entonces todavía no habían salido los diez finalistas siquiera, y aún así supe que el relato iba a ganar. ¿Significa eso que tengo poderes? Probablemente. Aunque hay otras dos explicaciones.


La primera, que no es la primera vez que hago eso, lo de pinchar en el primer relato que hay en el foro, y justo resulta que entre los 400 o 500 que se presentan ese acaba entre los diez finalistas. Hay quien puede pensar que quienes seleccionan los relatos finalistas tienden a coger alguno de los primeros que se presentan y luego algunos al azar por el medio, que es imposible que lean todos en dos días y elijan los diez mejores entre esos. Y la verdad es que resulta sospechoso que en ocasiones anteriores gente que colabore en Zenda acabe con sus relatos entre los diez finalistas, o que pudiendo comprobar en mi blog desde donde procede el tráfico de las visitas a un relato, en alguna ocasión ninguna provenga del foro de Zenda.


Pero quizás esté siendo paranoico. Los relatos que ganan son mejores que los míos y punto. Aunque volviendo al "oh, no, este relato va a ganar"...


Segunda explicación: cuando lo leí, supe que iba a ganar, pero no porque me pareciera un gran relato (no me lo parece, a continuación explicaré por qué), sino porque es el tipo de relato que parece triunfar en este tipo de concursos. Un relato con un concepto relativamente bien ejecutado y un final sorpresa, un relato llamativo, vamos, pese a que no sea la idea más original ni tenga excesiva calidad literaria, dos cosas que aparentemente el jurado valora.


Pero basta ya de rajar por rajar. Vamos a leer todos juntos el relato, cogiditos de la mano, y vamos a hacer dos lecturas de cada párrafo:


a) Una primera asumiendo que no sabemos el final (lo que es leer un relato por primera vez, vamos). Intentaré recrear mi primera impresión al leerlo, la respuesta emocional que me provocó.


b) Una segunda lectura una vez leído entero, analizándolo en consecuencia, donde podremos ver las herramientas que el autor ha usado para conseguir sus objetivos.


*Spoilers a partir de este punto*



RUFO EL PASMADO

Rufo, un nombre estúpido para un bicho estúpido. Cuando aquel animal peludo, rechoncho y apestoso llegó a mi vida, me sentí el menos afortunado de mis conocidos. 
a) Alguien no está nada contento con su perro. La forma de describir al bicho parece sacada de una redacción de Lengua Castellana de quinto de primaria.

b) El concepto del relato es hacernos creer que el narrador es un humano y Rufo es su perro, cuando en realidad es al revés. ¿Cómo lo consigue? Bueno: llamando Rufo a una persona, para empezar, y reforzando esa idea al momento añadiendo los calificativos de "bicho", "animal" y "peludo".




¡Si hubierais visto al anterior que tuve a mi cargo! Ese sí que me hacía sentir orgulloso.
a) El perro de ahora no le llega a la suela de los zapatos al de antes. Y hay algo en el lenguaje que no acaba de encajar.

b) Aquí aparece la idea principal del relato: que estamos a cargo de los perros. No literalmente, pero sí en el sentido de que los perros sienten suya la obligación de cuidarnos. Que los necesitamos a ellos tanto como ellos nos necesitan a nosotros, si no más. Es una buena idea en torno a la que centrar un relato.


Por otro lado, en estas dos frases se pone de manifiesto uno de los mayores problemas de este tipo de relatos: para mantener el engaño hasta el final suele hacer falta sacrificar precisión en el lenguaje. Aquí da la sensación de que faltan palabras porque, en efecto, faltan. En ningún momento puede llamar a las cosas por su nombre, y eso hace que la escritura resulte evasiva y pierda fuerza.



Además de noble e inteligente, era esbelto, de elegantes andares y lucía con orgullo un pelaje blanco y brillante que avivaba su porte distinguido. Lamentablemente, el tiempo siempre escribe el mismo final y Ciro, que así se llamaba, murió a una edad avanzada mientras dormía.
No recuerdo un día más triste. Ni siquiera el día en que me entregaron al inútil de Rufo. Las comparaciones son odiosas. 

a) Aquí es donde empiezo a desconectar. ¿A qué viene tanta descripción? ¿A quién le importa cómo era su anterior perro? Lo único que importa es que a ese sí lo quería y al anterior no. No aporta nada a la historia, aparentemente. Además, vuelve a reafirmarse en su odio al pobre Rufo. ¿Qué culpa tendrá el animal?


b) Su anterior propietario era un señor mayor, vale. Qué suerte la del perro de tener dos dueños con unos nombres tan extravagantes. No hay mucha más sustancia.



Rufo se cruzó en mi vida porque no lo quería nadie. Nunca justificaría su abandono, pero lo cierto es que su fealdad no es la peor de sus muchas tachas.
Tiene las patas cortas, el cuerpo flácido, una respiración molesta y pese a que aún es joven, hay zonas donde está perdiendo pelo. Al principio pensaba que se trataba de la muda, pero tiene una parte prácticamente despoblada.
a) A ver, el tipo ya se empieza a pasar con el perro. Más descripciones emocionantes, de las que te mantienen pegado a la pantalla. No sé por qué sigo leyendo.

b) El perro es un poco faltón, creo yo. Está claro que las descripciones sólo cumplen la función de servir tanto para un perro como para una persona. Sacrifica la calidad literaria del relato por el concepto global, cuando no creo que haga falta. Se pueden tener las dos cosas: una primera lectura que sea atractiva de por sí y una segunda en la que todo cobre un nuevo sentido. Pero eso lleva más trabajo y tampoco es cuestión de esforzarse demasiado. Total, tal como está ya es objetivamente el mejor de entre 400 relatos.



Un amigo de la familia a punto de graduarse en la Complutense, afirma que padece algún tipo de tara genética. Y como ni le pica, ni le duele, ni dispongo de dinero para un especialista, así se queda.
a) Bien ahí ese sujeto y predicado separados por una coma. El tipo ese es definitivamente un capullo que no debería tener perro.

b) Hasta este párrafo el autor no había hecho más que personificar a un perro para explorar un nuevo punto de vista en la relación amo-mascota, algo que me parece estupendo. Pero aquí uno (ese uno soy yo) no puede evitar rascarse la cabeza pensando en qué hace un perro hablando de dinero o de amigos de la familia a punto de graduarse en la Complutense, salvo que lo único que se pretenda sea seguir desviando la atención y mantener vivo el engaño.


Si el punto de vista del narrador es un perro, aunque lo dotes de voz y de razón (lo que es personificarlo, vamos), tiene que seguir siendo un perro. La idea del dinero no tendría ni que ser una opción.


Por otro lado, tened en cuenta que el amigo ese de la familia va diciendo por ahí que el hombre en cuestión, el tal Rufo, de cuarenta años, tiene una tara genética. Ese amigo de la familia no se va a graduar en la Complutense en don de gentes, me temo.



Pese a su lamentable estado, he intentado que se aparee. Durante un tiempo albergué la esperanza de que sus crías salieran más agraciadas y pudiera quedarme con alguna que no me avergonzara. Pero lo cierto es que ni para eso sirve.
Cada vez que salíamos a pasear lo intentaba emparejar con las hembras del barrio, más acostumbradas a verle, pero siempre rehuían o le ignoraban y él acababa cabizbajo y con el rabo entre las piernas. Entre las de él. Que ese era el problema. Así que pronto me di por vencido.
a) Sigue la misma dinámica de menospreciar al pobre perro. Al menos hay un intento de chiste. Por otro lado, el relato es tan insulso que casi parece que tenga que haber un giro en alguna parte para justificar los favoritos que tiene el tuit del hilo donde se ha publicado.

b) Sigue la misma dinámica de menospreciar al pobre hombre con taras genéticas según el amigo de la familia que está a punto de graduarse en la Complutense. Sin embargo, aquí sí usa bien el punto de vista del perro. Tiene sentido que se refiera a las mujeres, a los hijos y a procrear como hembras, crías y aparearse, respectivamente, porque es como un perro lo llamaría.



Encima, el muy zote, anda siempre pasmado. Se pasa las tardes tumbado en su colchón rascándose las partes nobles. Si estuviera castrado, al menos me ahorraría esa visión. ¡Y lo que costó que se acostumbrara al baño semanal! Qué cruz.
a) ¡Ese es el título del relato! ¡Rufo, el pasmado! Bueno, sin la coma en el original, que las normas gramáticas están para orientarse, no para seguirlas al pie de la letra. Me está cansando que no haga otra cosa que meterse con el pobre animal.

b) El tipo no hace nada, vale, pero al menos sigue los consejos de su perro, por mucho que le costara, y ahora se baña una vez a la semana, como recomiendan nueve de cada diez amigos de la familia a punto de graduarse en la Complutense.



No os voy a mentir. Pese a todos sus defectos y sus escasísimas virtudes, le tengo cariño. Mucho cariño. Cierto que ni juega, ni corre, ni protege la casa, ni hace trucos. Es más, solo come, caga y mea. Pero me quiere.
a) Oh, dice algo bonito de su perro por fin, no sin antes soltar unas cuantas puyas más, no vaya a ser que se le suba a la cabeza al animal. Bueno, de su "perro", porque a estas alturas fue cuando empecé a pensar "oh, no, el perro es una persona y la persona es un perro"...

b) Oh, el tarado quiere a su perro, más que nada porque no sabe lo que piensa realmente de él.



Siente auténtica devoción por mí y a mí me nace corresponderle. Es un buen chico y a estas alturas no sabría vivir sin él. Sé que mi deber es cuidarle, ayudarle a mejorar y darle todo el amor que el mundo le niega. No lo puedo evitar. Va en mi naturaleza.
a) Quién lo diría visto todo lo anterior, pero bueno, un final emotivo después de faltarle al respeto durante una decena de párrafos.

b) El perro es bueno en el fondo porque su naturaleza le obliga. Si por él fuera ya habría dejado tirado a Rufo y llevaría unos años viviendo con alguno de sus hijos. Es una buena representación de los perros, pero eso no quita que el perro del relato sea un imbécil elitista.



Así somos los labradores. Y supongo que todos los perros. Puede que Rufo García Morales, de cuarenta y dos años, solterón y haragán profesional, no sea el mejor humano del mundo. Pero es mi humano.
a) Sorpresa: el humano horrible con algo de compasión era en realidad un perro horrible con algo de compasión.

b) Aquí los están: todos los nombres que hasta ahora no se podían decir, bien seguiditos, sin que falte ninguno, que no están los tiempos para tirar unos sustantivos perfectamente válidos.


Entiendo la gracia que tiene el relato, y tiene mérito que consiga mantener la ambigüedad durante tanto rato, aunque para ello tome ciertas decisiones algo discutibles, y aunque ese engaño llegue a costa del propio relato, de la historia, del mensaje que quiere transmitir.


Lógicamente esta es mi opinión. Vosotros podéis verlo de otra manera. Podéis estar leyendo esto y estar gritándole ahora mismo a la pantalla: ¡pues a mí me ha gustao! ¡no tienes ni idea de lo que hablas, Jorge! ¡sólo tienes envidia porque tú nunca ganas nada con ninguno de tus "relatos"!


Y puede que tengáis algo de razón. Me molesta que mis relatos nunca estén entre los diez finalistas, sí. Pero también me molesta que el ganador no suela ser el que considero el mejor relato de entre esos diez finalistas en cuestión. En esta ocasión, podéis leerlos todos aquí y juzgar por vosotros mismos. De esos, me quedaría con "Calandria", "Zoología de interior" y "Torres más altas".


Aunque por encima de todos esos me quedaría con el mío, porque siempre que escribo creo que tengo posibilidades de ganar, y casi siempre que salen los finalistas encuentro un hueco donde debería estar mi relato. Lo voy a meter aquí y lo voy a analizar despiadadamente, que es muy fácil criticar lo de los demás, pero a ver cómo aguanta mi escrutinio (100% objetivo, por supuesto):


SIETE AÑOS, O LOS RECUERDOS QUE REALMENTE NO TENGO


Antes de empezar, las excusas. No le dediqué demasiado tiempo a este relato. Normalmente tardo un tiempo en dar con la idea definitiva de una historia. Y una vez la encuentro reescribo el relato unas dos veces por día durante unos tres o cuatro días, afinándolo poco a poco hasta que todo esté como yo quiero.


Esta vez fue distinto. Lo primero que me vino a la mente fue la idea de numerar cada párrafo del uno al siete, porque siete son los años que vive un perro por cada año nuestro, y porque sentía que empezar con un número le daba cierta fuerza a cada párrafo, cierta contundencia, como si la historia estuviera contada a golpes en vez de ser algo más fluido.


En un principio había pensado en poner en cada número un recuerdo relacionado con un perro, una especie de autobiografía en relación a distintas interacciones con ellos. Pero en cuanto empecé a escribir supe que sólo iba a hablar de Polo.


El resto vino de forma igualmente natural. Quizás esa facilidad hizo que no me diera la gana de revisarlo y reescribirlo media docena de veces más, y en algunas partes se nota. Veamos.



Uno. A los siete años uno no espera encontrarse algo así al volver de la playa. A esa edad todo parece existir en un estado constante de presente perpetuo, donde lo único que existe es el ahora, y ese ahora durará por siempre. No entra en la cabeza de un niño que la felicidad que lo inunda desde hace días se pueda venir abajo en un instante. Esa tarde de verano aprendí la lección a la fuerza, aunque los detalles de lo sucedido no sean más que recuerdos entremezclados. Un batiburrillo de días, de viñetas que preferiría no mirar. Fotografías que cogen polvo en el fondo de mi memoria.
Enhorabuena, Jorge, por perpetrar una de las peores frases de la historia de la "literatura". A día de hoy sigo sin estar del todo seguro de que "estado constante de presente perpetuo" tenga sentido o no. Y no hay que irse muy lejos para darse en las narices con la repetición de "existir" y "existe". Al menos todo queda contenido entre dos puntos para una fácil modificación que no me molesté en hacer.

A lo que vamos. Quería usar la numeración del uno al siete, pero no quería que resultara gratuita. Necesitaba establecer en el primer párrafo un motivo para usarla. De ahí esa idea de recuerdos inconexos y mezclados, de viñetas. Aunque lo importante aquí es dejar claro desde el principio que algo malo ha ocurrido. ¿El qué? Ah, todavía no se sabe. Pero espero tener vuestra atención desde el principio.


Esa es una de las claves de escribir: crear interés en el lector y mantenerlo. Y no es necesario usar misterios tan evidentes como el del principio de este relato. Al final, ese tipo de recursos acaban cansando si se repiten a menudo, como los cebos de los programas del corazón o de ciertos programas deportivos. Pero se puede crear cierto misterio con cualquier cosa, simplemente controlando la forma en la que se entrega la información.



Dos. En el parque, cuando se tumbaba boca arriba, la cabeza al borde del banco, mirándonos del revés, las orejas colgando, parecía un gremlin. Parecía un auténtico gremlin con todos esos dientes asomando de la boca abierta. Era pura energía. Su pelaje negro brillaba bajo el sol de agosto. Se daba la vuelta y bajaba de un salto y echaba a correr entre las piernas de la gente, tropezando como tropiezan todos los cachorros. Llamábamos por él y allí que venía Polo, sus orejas de gremlin al viento, tan feliz. Tan felices.
Sé de alguien que habría escrito: Polo era un cachorro pequeño, de pelaje negro y brillante, con orejas de gremlin, lleno de energía. Cuando lo llamábamos venía corriendo. Era un perro feliz. Nosotros también éramos felices con él.

Esta sería una viñeta alegre si no viniera después de la primera. Si os fijáis, algo aparentemente trivial como que llamábamos por él y venía corriendo va a adquirir más fuerza hacia el final de la historia.



Tres. Al salir del colegio, los días que volvíamos a pie, mi hermana y yo pasábamos por delante de la finca donde habían metido a Lar. Tenía espacio de sobra para correr, no como en casa, donde había que tenerlo siempre encerrado. Allí eran él y los limoneros, nadie más. Le sobraba tanta energía que tenía todo el suelo lleno de agujeros. Siempre pasábamos de largo sin detenernos, hasta que un día lo hicimos. Nos acercamos a la verja y allá que vino él, delgado, con ojos tristes, comido por la sarna. Se puso de pie y sacó las patas entre los barrotes, gimoteando, acercando la cabeza para que lo acariciáramos. No sé si hacía eso con cada persona que se detenía ante él o si en realidad nos reconoció. Sentimos mucha pena por él.
¿Recordáis lo que decía de crear misterio controlando la forma en la que soltar la información? Aquí hay un ejemplo. ¿Quién es Lar? ¿Y por qué lo han metido en una finca? La parte más importante es la última frase. Es algo que cobrará todo el sentido al final. Es el corazón de la historia, diría.

Y hablando de descripciones. Creo que la gente tiende a saltárselas porque a veces no aportan nada a la historia. Prueba a quitarlas del relato anterior, el de Rufo, y verás como de pronto el relato fluye más. ¿Por qué? Porque no tienen peso emocional ni son especialmente atractivas. Están ahí sólo porque sirven tanto para un perro como para un humano y contribuyen a fomentar el engaño, que es lo que se busca. Esa es su función. Pero a la hora de leerlo y de sentirlo por primera vez no importa saber qué aspecto tiene Rufo y qué aspecto tenía Ciro. Sólo importa cómo los ve el perro narrador, que apreciaba a uno y odia al otro.


Si en el párrafo de arriba quitas la parte de "delgado, con ojos tristes, comido por la sarna", la imagen cambia, porque en esa descripción hay un componente emocional. No tienes que saber qué aspecto tenía Lar, sino en qué estado estaba. Hay una gran diferencia.



Cuatro. Durante unos días no hubo perros en casa. 
Puede que esta sea mi parte preferida del relato. La gracia de escribir es darle más significado del que tienen a frases simples como esta. Además, el cambio de ritmo de pasar de unos párrafos largos a un párrafo tan conciso hace que resalte todavía más. Es algo que algunos escritores usan demasiado y se acaba haciendo previsible.

Como un futbolista que sólo sabe hacer un regate.


Y lo hace cada tres párrafos.


O el equivalente a tres párrafos en campos de fútbol, bueno, que para una vez que medir las cosas en campos de fútbol sería lo correcto va y no lo hago.


Pero basta ya de criticar a escritores anónimos mucho más exitosos que yo y volvamos a criticar a Eduardo Hernández Rosa y los dos mil euros que ha ganado con su relato "Rufo el pasmado", que al parecer es lo que sigo haciendo pese a llevar un rato analizando el mío.



Cinco. Blanca llegó como perrita de emergencia. Como un parche. Como ayuda humanitaria en tiempos de crisis. Papá, que se había opuesto a la llegada de Polo hasta que lo vio, no puso ninguna pega esta vez.
¿Sabéis qué no hay aquí? Eso es: una descripción de Blanca, porque no importa para la historia. ¿Sabéis qué otra cosa no hay? Un premio al mejor relato de animales.

No recuerdo mucho de esos días de verano, la verdad. Y no estoy del todo seguro de que mi padre se sintiera así. Pero no importa, porque es algo que tiene sentido con la historia, que da peso a la tragedia de que unos niños pierdan al cachorro que tanta ilusión les hacía.



Seis. La cancilla de arriba tenía que estar siempre cerrada por si Lar no estaba atado.
Maldito hipócrita, mira quién ha usado ese cambio de ritmo en los párrafos dos veces seguidas. Pero es que era importante aportar un último detalle antes de la tragedia final, algo simple, una norma de seguridad que no se cumplió y todo falló. Si lo pensáis bien esta situación se parece bastante a lo que pasó en Chernobyl. Más o menos.

En el párrafo donde aparece Lar ya se menciona ("se menciona", como si esto lo hubiera escrito un ente desconocido) que Lar tenía que estar siempre encerrado. Ahora lo recalco.



Siete. Mi hermano fue el primero en encontrárselo. Salió del coche corriendo, deseando acariciar a Polo tras toda la tarde sin verlo. Mi hermana y yo íbamos unos pasos por detrás, llamando también por él, como si a nosotros sí fuera a hacernos caso, con esa felicidad infinita de los niños de siete años. 
En una primera versión había entrado más en detalle sobre la reacción de mi hermano, en cómo había ido directo a por Lar con intención de matarlo. Pero por una parte, una vez más, no recordaba exactamente su reacción. La puedo imaginar, eso sí. Y por otra parte no quería ir a lo barato y ser demasiado explícito con el final cuando durante todo el relato me había quedado del lado de la... ¿inexplicitez? ¿Implicidad? De lo implícito, vamos.

Preferí mantener los recuerdos con ese halo de olvido, obviando los detalles escabrosos, en parte porque no los recuerdo. E hice referencia a dos puntos anteriores de la historia, que es algo que siempre queda bonito, creo yo: a que esta vez Polo no venía corriendo cuando lo llamábamos y al golpe de realidad que estábamos a punto de llevarnos, a esa pérdida de la inocencia que es como empieza el relato.


Podría haber acabado el relato ahí, pero por algún motivo no lo hice.



A Polo lo enterramos en el jardín. A Lar lo regalamos a un conocido que tenía una finca de limoneros que necesitaba protección. La llenó toda de agujeros. 
Este último párrafo no está numerado porque no forma parte de esos días de verano en los que Lar mató a Polo. Es un recuerdo desde el presente, sin emoción, tres simples hechos.

Y no soy yo alguien a quien le gusten los simbolismos, pero me parece bonita la yuxtaposición de Polo enterrado y Lar haciendo agujeros.



EN RESUMEN: LO DEJO


No me voy a volver a presentar a ningún concurso de los que organiza Zenda. Llevaba un año sin hacerlo por un motivo, y ahora recuerdo por qué. Seguiré escribiendo, eso sí. Quizás vuelva a hacer lo de hace un par de años, cuando os pedí que cada uno me dijerais una palabra y escribí unos  relatos personalizados en torno a ellas. Y seguiré haciendo entradas como esta en este blog, analizando mis propios relatos, más que nada por mí, porque siempre aprendo algo al hacerlo, y porque me gusta sacar a la luz los detalles que meto en mis relatos, que para algo están ahí.


Así que si queréis que siga haciendo esto, dejad un comentario o decídmelo a la cara. Y si no queréis me da igual, nadie os obliga a leerme.


Un saludo a todos. Y un beso, venga. Hasta luego.







No hay comentarios:

Publicar un comentario