El baloncesto es un juego tan antiguo como el propio mundo. Fue creado (el baloncesto, no el mundo) en el año 1891 por James Naismith, un señor de Canadá que ahora mismo está muerto. ¿Cómo surgió? No lo recuerdo muy bien, yo era muy pequeño cuando todo esto sucedió, pero supongo que sería algo así...
Naismith tenía una empresa de melocotones. Fabricaba melocotones a un ritmo muy bonito y los metía en cestos de mimbre o de otros materiales de la época. ¿Cuál era el problema? Que Naismith no fabricaba los melocotones, sólo las cestas, y se las vendía a la empresa de melocotones de otro señor que seguramente tendría bigote, como todos los señores de época.
Cierto día, Naismith se levantó de la cama y tuvo mucho frío, porque a pesar de ser canadiense vivía en el norte de los Estados Unidos de Ámerica. Bueno, el caso es que llegó a sus oídos un rumor que sería el pistoletazo de salida a la carrera de la humanidad... Que se enteró de que las cestas eran reutilizadas, vamos. Cuando los lugareños se comían todos los melocotones pasaba un camión o una cuádriga de la empresa melocotonera y recogía los cestos para llenarlos otra vez del peludo manjar anaranjado que tanto amamos todos.
-¡Hasta aquí vamos a llegar! -gritó furibundo Naismith en su canadiense natal.
Y así fue. Naismith estuvo día y noche durante dos horas pensando en una solución para que las cestas no volvieran a las malvadas y suaves manos de los melocotoneros, y aplicando el principio de la Navaja de Ockham, llegó a la más sencilla de las soluciones: crear el baloncesto.
Pero claro, nadie sabía lo que era el baloncesto, ni siquiera el propio Naismith, porque aún no existía. Se tuvo que inventar las normas desde cero. Naismith, como todos sus coetáneos, era una persona con una imaginación desbordante. Gracias a ella su generación pudo sobrevivir a los dinosaurios y al arca de Noé, y ahora que vivían en paz y en blanco y negro toda esa capacidad de inventiva podía ser usada para cosas más agradables. Y así lo hizo.
Naismith era profesor de educación física en un instituto o internado o un sitio así, con niños problemáticos y con palos y piedras que no querían correr simplemente porque un canadiense se lo ordenara. Pero todo cambió cuando Naismith los reunió a todos en un gimnasio y puso dos de las cestas que había recuperado de las casas de sendas familias con los estómagos repletos de pulpa naranja sobre unos palos a una altura aproximada de dos varas, cada una de ellas de la mitad de longitud de la altura total de los palos.
Con un grácil gesto que había estado ensayando mirando su sombra en la pared (en aquella época no existían las cámaras frontales en los portátiles, ni los espejos), se sacó un cerdo de la chistera y explicó las normas de su juego:
1) Hay dos cestas de melocotones en lo alto de sendos palos ahí y ahí. Quién mate al cerdo se las lleva a casa.
Los violentos chavales empezaron a correr y a correr detrás del cerdo. El cerdo corría delante de ellos, escapando y gritando ihhhhh, ihhhhhh, ihhhhhh, IHHHHHHHHH. Sus pezuñas hacían chakakakaka sobre el suelo de madera y su retorcida cola botaba graciosamente sobre su rosado trasero. Un niño rubio y corpulento le asestó una dentellada mortal al gorrino y comenzó a destriparlo con quirúrgica habilidad, lanzando las vísceras por encima de sus hombros y regando de sangre y excrementos el pulido suelo de las instalaciones deportivas.
Naismith aplaudía subido a una silla, deleitándose con la belleza del deporte que acababa de crear. Una niña se le acercó entonces con algo esférico bajo uno de sus brazos, el izquierdo, puede.
-¿Qué es eso? -dijo Naismith.
-Es la vejiga del cerdo, señor profesor. La he hinchado con mis pulmones. Bueno, con el aire que de ellos salía a través de mi boca puesta así.
-Dame eso.
Naismith le arrebató el balón a la pobre niña y le llamó así, "balón". Eso hizo que en su cabeza una serie de mecanismos empezaran a moverse de forma frenética e hicieran clic, clic, clic. "Balón", pensaba. "Cestos", dijo mentalmente mirando para los cestos, ¿qué si no? "Balóncesto, así llamé a mi deporte, no Mataralcerdoyganardoscestosdemelocotones".
Y ahora sí, el resto es historia.
¿Por qué cuento todo esto, os preguntáis, cuando es algo que sabe todo el mundo? Porque quería poneros en situación para contaros algo que sucedió ayer a la noche. Algo que sin la imaginativa de Naismith y la industria melocotonera no podría haber ocurrido jamás.
Demos gracias a Dios por Naismith, y a Naismith por el baloncesto, porque sin el baloncesto jamás habríamos visto esto:
Cierren el baloncesto: hemos alcanzado su cenit |